Una de las muchas curiosidades que existen dentro de Latinoamérica es la capacidad de mantener resentimientos políticos, a veces incluso desde antes de los procesos independentistas. Claro, recelos entre países existen alrededor de todo el mundo, pero pocos logran unificar tanto a sus pobladores como los que se presentan en esta región, y además son una constante en la alta volatilidad política de la zona. Podemos traer a colación los problemas fronterizos entre Ecuador y Perú, el golfo de Coquivacoa entre Colombia y Venezuela, Argentina y el caso de las Falklands, y el tema de hoy: la salida al mar de Bolivia.
Bolivia perdió su costa al mar en la Guerra del Pacífico o Guerra del Salitre que se dio entre 1879 y 1885, con este país y Perú en uno de los bandos, y Chile en el contrario. Como toda guerra, cada lado tiene sus propias causas, versiones de los hechos, héroes y villanos. Las tres versiones concuerdan en que la guerra se dio por el acceso a los grandes yacimientos de guano y salitre en el desierto de Atacama, y no tanto por los puertos de Antofagasta y Arica, aunque estos fueron un claro botín de guerra, aunque actualmente estos ostenten un valor más sentimental que práctico [1].
Así mismo, Perú entro a la disputa debido a una alianza firmada con Bolivia para contener el expansionismo chileno, y a su vez Chile vio esta alianza como una afrenta en su contra, y luego de despojar a Bolivia de una zona periférica descuidada, procedió a invadir territorio peruano y lograr varias concesiones territoriales que en teoría fueron finiquitadas en 1929 [2]. Precisamente es a estos tratados a los que se acoge Chile cada vez que se toca el tema en foros internacionales, y por eso presume que Bolivia no llevará a los tribunales en La Haya este caso, a pesar de amenazar con ello desde hace un tiempo.
Por su parte Bolivia, apeñuscada entre cuatro grandes sudamericanos –Brasil, Argentina, Chile y Perú-, mantiene su sentimiento de claustrofobia y por lo tanto mantiene su política de buscar alguna salida hacia el exterior, en particular si esta se puede dar por vía diplomática para evitar fracasos como la Guerra del Chaco. Por eso advierten los voceros bolivianos que no se trata de una afrenta contra Chile, porque además de lo expuesto, un enfrentamiento bélico bien podría bien quedar en tablas o ser otro fracaso para Bolivia, las adquisiciones territoriales por ocupación o anexión ya no son reconocidas por el derecho internacional, y el derecho de mar contempla la resolución pacífica de conflictos.
Pero esto no quiere decir que no se eche mano de otros tipos de estrategias y de tácticas para lograr la anhelada salida al mar. Ya salió a la luz pública el hecho que Bolivia está consultando sus acciones con expertos españoles y argentinos, y mientras es posible que con la Madre Patria los chilenos tengan lazos sólidos, es admisible recordar que junto con Colombia, Chile no apoyó a Argentina en la Guerra de las Malvinas en una larga historia de desplantes entre los rivales del Cono Sur, y por ello Argentina aproveche la oportunidad para poner en jaque a su vecino.
Siguiendo esta línea, el cuerpo diplomático boliviano bien podría aprovechar el histórico aislamiento de Chile con el resto del continente haciendo que sea percibido “como «el mejor alumno», pero no «el mejor compañero»; es decir, un país política y económicamente estable pero que priorizaría sus relaciones con otras regiones del mundo antes que con América Latina” [3]. Al mostrar a Chile la acritud chilena hacia devolverle su costa en el pacífico, Bolivia podría armar lobby en el resto del continente y ganar ciertas simpatías hacia su causa argumentando que dicha renuencia es un claro bloqueo al espíritu integracionista que aparentemente es la moda en la región.
Tampoco es que Chile esté indefenso ante estos embates. Como bien mencioné, Chile es el “mejor alumno”, y eso le da la suficiente capacidad para pelear en uno de los campos de batalla actuales, la economía, para no sólo ganar adeptos sino para bloquear aún más a Bolivia. Tampoco hablo de incursiones militares en este caso, pero las graves consecuencias con las que amenaza Chile bien podrían ser alzas en las tarifas arancelarias hacia los disputados puertos, o hacia productos que vayan a Bolivia, entre otras que aún no se me ocurren. Y como bien señala este artículode la prensa china, Chile goza de buena popularidad en el gigante amarillo, y la promesa de intermediación comercial no deja de ser atractiva para otros países de la región, así como cobrarse ciertos favores diplomáticos con los vencedores en las Falklands.
De todos modos, si me enseñaron bien en mi clase de derecho internacional, para que la Corte Internacional de Justicia haga una investigación y su subsecuente fallo, ambos países querellantes deben estar de acuerdo en presentar el caso ante ésta, lo cual no parece estar sucediendo. Así que esto no será algo que se resuelva prontamente, y continuará siendo uno de los tantos puntos sensibles que dificultan la idealizada integración, y que más bien demuestran que la pugna aquí es por diferenciarnos el uno del otro.
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