lunes, 19 de diciembre de 2011

Larga vida al zar

Lo primero que le dicen a uno sobre Rusia cuando empieza a estudiar Relaciones Internacionales es que se trata de “el gran enigma” dentro de esta disciplina. No podría ser de otra forma, dada su larga tradición de hermetismo, encierro y secretismo, al expandirse y formar un imperio en tierras inhóspitas habitadas por pueblos nómadas nada dóciles. Estas características fueron agravadas durante los 74 años en que Rusia fue el núcleo de la antigua Unión Soviética y la competencia ideológica contra Estados Unidos, pero aún así este país no deja de ser inquietante.

Es por ello que varios medios, tanto especializados como los que no, llamaron la atención sobre las protestas ocurridas en dicho país luego de saberse los resultados de las elecciones para la Duma –el Parlamento Ruso-, las cuales se acusan fueron fraudulentas al ganar más del 50% el partido Rusia Unida, dirigido por el actual Primer Ministro Vladimir Putin. No voy a entrar en mayores disertaciones sobre el movimiento social como tal, prefiriendo dejar esto a los especialistas en este tema (recomendada una entrevista que salió por esas fechas hecha a Sidney Tarrow), pero si voy a observar ciertos detalles que pueden ser pertinentes a futuro en el campo internacional.

Para poder entender tales efectos, se deben contemplar dos aspectos: el primero, siguiendo los estudios hechos por el profesor Graham Smith, en los cuales vemos tres tendencias históricas sobre la identidad rusa, y por lo tanto de su visión internacional. Una corriente es la idea occidentalista, en la cual Rusia se ve como parte de Europa y debe estar al tanto y en armonía de lo que sucede en este continente, tal y como lo intentó Pedro el Grande en su momento. Otra corriente ve a Rusia como algo enteramente distinto y excepcional, y que debe defenderse tanto del individualismo occidental como del barbarismo oriental, siendo ésta la corriente preferida por eslavistas e imperialistas. Y una tercera corriente establece que Rusia debe ser una potencia euroasiática que sirva de puente entre ambos mundos.

El segundo aspecto lo podemos observar en la tendencia rusa a confiar en su máxima autoridad como su gran protectora, incluso durante la etapa comunista, Rusia siempre ha sido un lugar de autoridades claras y de una baja rotación de éstas, lo cual explica su poquísima experiencia democrática. De hecho, el ascenso de Putin puede servir como un ejemplo de contractualismo, al prometerle a los rusos orden y estabilidad luego de los caóticos años de Yeltsin y la transición, a cambio de aquellos derechos políticos que pudiesen sacarlo del poder [1], esto reflejado en dos presidencias y un premierazgo consecutivos. Entonces, ¿por qué los principales protagonistas de estas manifestaciones son ciudadanos rusos de clase media? ¿No fueron ellos mismos los que “firmaron” este pacto con Putin?

Baste recordar que al momento de asumir Putin el mandato Rusia estaba sumida en una recesión económica, y bajo su presidencia se logró sobreponer a esta crisis llegando incluso a devolverle el orgullo perdido a su país, esto evidenciado en que su política exterior parecía dirigida por el excepcionalismo ruso antes descrito reflejado en la creación del Estado de la Unión, que busca ser una contraparte euroasiática de la Unión Europea, o en las incursiones militares en el Cáucaso. Ahora que regresaron las vacas flacas a esta potencia ártica, es apenas razonable pensar que la ciudadanía rusa supone que fue Putin quien incumplió el contrato y no al contrario, y por ello se dé una baja de Rusia Unida dentro de la Duma, pero eso no significa como tal la salida de Putin y su proyecto excepcionalista [2].

Pero, si consideramos como posible la derrota de Putin en las próximas elecciones presidenciales siempre queda el interrogante de quién podría reemplazar su mandato. La protesta no tiene un líder político claro, y los posibles opcionados son magnates multimillonarios, incluido el encarcelado crítico del Kremlin, Mikhail Khodorkovsky. Entonces, no se ve un cambio real de la tradición rusa donde el poder es disputado por los grandes barones feudales, los cuales al parecer fueron reemplazados por la élite acaudalada con posibles nexos con la mafia local.

En ese orden de ideas, es más bien factible que lo que entre en competencia no sea tanto un nuevo manejo gubernamental, sino a qué tipo de identidad se le apuesta ahora. Me llama la atención el caso de Mikhail Prokhorov, dado que parece ser el más indicado para recoger la insatisfacción actual y a la vez sus negocios tienen varios nexos con Occidente, entre estos, ser dueño de un equipo de la NBA, lo cual es bastante consistente con la postura liberal que ahora abraza. Pero a menos que se dé un caso de amnesia ante el fallido occidentalismo vivido en los 90, es posible que si se basa en un discurso de este corte no llegue muy lejos. Por otra parte, se dice que la candidatura de este billonario sea otra jugada del Kremlin para desconcertar a sus oponentes.

¿Cuál será la conclusión de esta debacle? recuerden, esto es Rusia: Todo se mantiene en silencio.

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