viernes, 8 de junio de 2012

Reflexión sobre la globalización


Hace unos días me pidieron que realizara una reflexión sobre la globalización, para poder clasificar como monitor de esta materia. He aquí el resultado, como siempre muy teórico de mi parte, que lo disfruten:

Cada vez que se habla de globalización, pareciese que se hace referencia a grandes corporaciones, protestas en varias ciudades del mundo (predominantemente las de países occidentales industrializados), y se muestra alguna tribu remota. Esto por lo menos en cuanto a imágenes, mientras que los comentarios sobre la globalización habitualmente la presentan como un fenómeno netamente económico, e incluso documentos académicos han tomado esta línea de argumentación.

Esta subordinación de los fenómenos sociales al campo económico pareciese ser la máxima de los tiempos actuales. Tanto es así, que si bien por un lado se considera que todo está sujeto a las leyes de la oferta y la demanda, por el otro todas las grandes decisiones se dan basadas en fundamentos económicos. Podría decirse que es la victoria de la concepción del homo oeconomicus.

No obstante, al desconocer otros aspectos de las relaciones sociales, y por lo tanto de las Relaciones Internacionales, es difícil observar lo que sucede “tras bastidores” de esta retórica económica. Es por ello, que este documento estará principalmente basado en la teoría transformalista de la globalización, la cual sostiene que dicho fenómeno produce cambios en todos los aspectos sociales: política, instituciones, economía, gobernabilidad, etc. (Martin, 2002, p. 48).
Esto se visibiliza desde la última declaración del “Fin de la historia”[1] una vez terminada la Guerra Fría, donde cundió el optimismo por la victoria de los valores occidentales sobre los soviéticos, pero a la vez salieron a flote varios procesos que anteriormente eran obviados al estar la atención puesta en el choque entre las dos superpotencias (Huntington, 2005, p. 23). El principal de estos procesos es la percibida erosión de la figura del Estado-Nación, y la creciente nebulosidad de los asuntos internos y externos (Martin, 2002, p. 50).

Entonces vale la pena preguntarse ¿qué viene después? Es difícil imaginarse con las tendencias actuales que realmente se dé una sociedad global con una autoridad central difusa o ninguna autoridad. Esto si se tiene en cuenta el hecho de que la seguridad y las amenazas parten de supuestos más intangibles desde el 9/11 y las condenas al terrorismo, además, la presencia de otro tipo de redes criminales como el crimen organizado, permite pensar que los individuos de todos modos van a buscar alguna forma de orden y protección. Precisamente se descarta la posibilidad de que se dé ese gobierno mundial, porque como bien lo explica el psicoanálisis, los seres humanos buscan asociarse para protegerse unos a otros, pero así mismo sienten una aversión mutua que hace que las comunidades políticas sean limitadas (Schuett, 2010, p. 144).

Así entonces, se podría dar una nueva forma de comunidad política luego del declive del Estado-Nación, que se adapte mejor a los procesos que se vienen dando dentro de la globalización. De hecho, visto desde una perspectiva académica, el reto está ahora en comprender cómo se darán las interacciones de poder entre estas nuevas comunidades políticas, ya que “nada milita en la posición realista contra la suposición de que la división del mundo político actual […] sea remplazado por unidades con un carácter bastante diferente, más en pro de mantener las potencialidades técnicas y requerimientos morales del mundo contemporáneo” (Morgenthau, 1961, p. 10). En ese espíritu académico, se podrían designar a estas comunidades políticas como Unidades Políticas Máximas (UPM).

Un posible atisbo de lo que serían estas nuevas UPM es uno de los estandartes más visibles de la globalización, la Unión Europea. El hecho de que varios Estados-Nación fundan sus intereses en una sola institución que los represente ante el sistema internacional, es un indicio bastante relevante de la consolidación de la nueva UPM. En esa misma línea de ideas, el hecho de que esta unión se haya dado bajo lineamientos económicos es una muestra de cómo la economía ha ocupado toda la atención como se denunció al inicio, y de cómo detrás de ésta hay motivaciones de poder.

Ya desde antes del colapso de la Unión Soviética, Edward Luttwak (1998) advertía cómo las relaciones comerciales a inicios de la década de 1990 muestran características propias de una lógica de guerra, al quedar relegado a un segundo plano el poderío militar (p. 125). Esta visión que él llama geoeconomía, puede considerarse el instrumento principal que tienen desde ya las nuevas UPM como medio de interacción de poder. Baste ver como la “Tragedia Griega”, una crisis de carácter económico, ha dado pie a la promoción de medidas que le restan poder y soberanía a los Estados-Nación europeos, mientras en un curioso balance de poder aumenta el de la UE.

Y este empleo de la geoeconomía no se limita al Viejo Continente. El impulso comercial chino, las competencias por devaluar las principales monedas, la difusión de Tratados de Libre Comercio cuyas negociaciones no siempre parten de un principio de igualdad, y otros eventos que en principio ocupan la sección económica de los medios noticiosos requieren de un análisis más fino que un simple intercambio de bienes escasos. La pérdida de territorialidad hace que las diversas políticas y crisis económicas sean aprovechadas dentro de la globalización por aquellos que buscan ganar poder por métodos distintos a las tradicionales conquistas militares de antaño.

Finalmente, tomando en cuenta el factor social de la globalización, este también ha sufrido varias modificaciones debido a la aparición nuevos recursos y nuevas identidades. Desde la Guerra de los Balcanes, a la serie de movilizaciones a las que se les llamó la Primavera Árabe, pasando por el genocidio en Ruanda, todos estos sucesos tuvieron su base en la identificación con algún grupo étnico, y la difusión de ellos se ha dado gracias a los avances en tecnología de telecomunicación.

Bosnios, hutus, chiís y demás etnias ratifican la premisa de que “en el mundo de la post-guerra fría, las distinciones más importantes entre los pueblos no son ideológicas, políticas ni económicas; son culturales” (Huntington, 2005, p. 22). Esto sumado a la alta difusión lograda por el internet, más el tráfico humano legal o ilegal, contribuye al proceso de desterritorialización mencionado anteriormente. Al tener mayor fidelidad con una etnia o una cultura (real o inventada en algunos casos), los individuos ya no se identifican con una zona geográfica delimitada sino con un concepto intangible, haciendo que ciertos límites políticos sean meras formalidades.

En suma, en este periodo de transición al que se le ha denominado “Globalización”, presenta por lo menos tres desafíos puntuales: la creación de nuevas UPM, y su posible desenvolvimiento en el escenario internacional; el uso de la economía como un instrumento (o arma) para adquirir poder; y las alianzas culturales transfronterizas. En sí, todo el fenómeno es un reto para ser analizado, y que para tal fin debe verse más allá de sus mareantes imágenes.

REFERENCIAS

Huntington, Samuel P. (2005). El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial (1ra ed.). España: Paidós.
Kissinger, Henry. (2001). La diplomacia (2da ed.). México, DF: Fondo de Cultura Económica.
Luttwak, Edward N. (1998). From Geopolitics to Geo-Economics: Logic of Conflict, Grammar of Commerce. The Geopolitics Reader (1ra ed., pp. 125 – 130). Nueva York: Routledge.
Martin, Carlos D. (2002). Las transformaciones del escenario internacional. Fasoc, 17(Enero - Febrero), 43 – 58.
Morgenthau, Hans J. (1961). Politics Among Nations. The struggle for power and peace (3ra ed.). Nueva York: Alfred A. Knopf Inc.
Schuett, Robert. (2010). Political Realism, Freud and Human Nature in International Relations. The Resurrection of the Realist Man (1ra ed.). Nueva York: Palgrave McMillan.



[1] Ya antes está declaración había sido hecha por los presidentes estadounidenses Woodrow Wilson y Franklin D. Roosevelt en otros procesos de cambio histórico (Kissinger, 2001, p. 401)

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