Tal vez algunas de las personas
que han visitado frecuentemente este espacio se preguntarán por qué no comento
mayor cosas (casi nada) sobre las Relaciones Internacionales acá en Colombia, y
apenas si menciono los eventos que ocurren en el subcontinente latinoamericano.
Por un lado, una de mis ideas con este espacio es visibilizarles a mis
coterráneos que existe un mundo más allá de los escuetos aportes de nuestros
principales medios noticiosos.
Por otro lado, y no lo digo como
excusa sino como incentivo, la misma academia refleja el ensimismamiento propio
de nosotros los latinoamericanos, y la verdad sea dicha, consecuencia de esto
es que hayan pocos estudios sobre las Relaciones Internacionales entre nuestros
países. De acuerdo con este artículo, desde la misma academia estadounidense el
enfoque sobre Latinoamérica ha sido más desde la política interna, y
limitándose en primer lugar a temas de desarrollo económico y democrático, y a
temas de narcotráfico y guerra interna en el segundo; el nivel más macro
utilizado es la política comparada, y no se tienen en cuenta los juegos de
poder que aquí se dan.
Y es que algo en común que
tenemos además del idioma y la mayoría católica, son las ganas de
diferenciarnos el uno del otro, y de ahí tal vez el que nos fijemos más en
nuestras respectivas políticas internas que en nuestras políticas exteriores. Claro
que esto no quiere decir que aquí no se hayan dado estudios de ese campo. Baste
observar la formulación de la Teoría de la Dependencia a mediados del siglo
pasado, de la cual pareciese que se desprendiera el Realismo Periférico
propuesto por el profesor argentino Carlos Escudé, que a su vez algunos podrían
argumentar que se trata de una academización de la doctrina del réspice polum iniciada por el presidente
colombiano Marco Fidel Suárez en la década de 1920.
Así mismo, es digno de notar que
algunos de nuestros países han logrado en cierta forma romper con ese
ensimismamiento, y han logrado hacerse notar más allá de los océanos que nos
rodean, incluso estableciendo centros de investigación en Relaciones
Internacionales, como son los casos de Brasil y Argentina, y estoy seguro que
México y Chile también deben tenerlos (quien pueda y quiera facilitarme
información en este campo, le agradecería profundamente si la deja en los
comentarios). Fuera de eso, no es nuevo que existan proyectos de unificación
latinoamericana, especialmente en el campo de construcción de ideas, que van desde
el revisionismo hispanofílico hasta el indigenismo victimizante.
Ya aterrizándolo un poco más al
campo de las ideas políticas, suele pasarse de largo que desde la independencia
ha habido intentos imperiales desde este lado del continente (Nota Aclaratoria:
aquí hago referencia a la definición hecha por Morgenthau sobre imperialismo). Para
tal fin, es necesario observar cuál era el propósito de la Gran Colombia de
Bolívar, y como según algunos de los enlaces referenciados, Argentina intentó
infructuosamente contrapesar la influencia estadounidense. Aquí vale la pena
referenciar el trabajo hecho por mi profesora y amiga cercana Catalina Jiménez,
quien adelanta en estos instantes un estudio sobre la influencia del pensador
cubano José Martí sobre la Revolución Cubana y los actuales países del ALBA,
quienes le deben más a este mártir antillano que a Karl Marx (espero poder
compartirles pronto este excelente estudio).
En ese orden de ideas, un colega
mexicano me preguntó mientras escribo este artículo cuál país pensaba yo que
tenía más chance de ser la potencia regional en Latinoamérica, ya que con el
fin de la Guerra Fría se han visibilizado nuevos ascensos regionales. Aunque instintivamente
respondí que Brasil, recordé que si bien este país ha logrado una buena
proyección fuera del continente, aún no supera la desconfianza existente dentro
de éste. Por el contrario, México parece más cercano, aún cuando sea de forma
emocional, y hay que tener en cuenta que para una mentalidad ensimismada el que
se hable el mismo idioma es fundamental, no obstante aún tiene que lidiar con
los gringos encima. Aún así, ambos contendientes tienen que superar los
mencionados ánimos de diferenciación, los cuales ni siquiera dejan que nos
pongamos de acuerdo sobre qué es seguridad, aspecto que sigo convencido será el
unificador de la región.
¿Y dónde queda Colombia en todo
esto? Honestamente no la veo siquiera como potencia regional, no tanto por la
ausencia de recursos sino por la mentalidad agorafóbica que manejamos acá. Considero
que eventualmente las circunstancias nos llevarán a ser un actor gravitacional
entre EEUU y la potencia regional, y tendremos que aprender a navegar en esa
situación. Precisamente, la agenda activa en materia de política exterior del
Presidente Santos parece querer llevarnos en ese sentido, aunque a veces sus
acciones nos parecen confusas, y dicha mentalidad hace que en los corredores se
le critiquen sus salidas del país. Y no es la primera vez que pasa con un
presidente colombiano que quiere extender la influencia del país.
La razón por la que incluí los
párrafos anteriores es para responder una pregunta que a lo mejor quedó
latente: ¿cuál es el incentivo? Espero que ya la respuesta sea casi obvia, los
politólogos internacionalistas locales (o los que aspiramos a serlo) tenemos
mucha tela por cortar, y nuestra misma región lo que tiene son fenómenos que
hemos dejado pasar de largo, y en los cuales vale la pena ahondar. Ahora bien,
la directriz de este blog será la misma (hay que pensar en grande), pero
claramente cambiará el enfoque como se ha mirado a Latinoamérica.